Nala, nos mudamos

Esto fue básicamente lo que le dije a Nala hace unos tres meses.

Para ella sería su segunda mudanza en menos de un año, así que tuve que organizarlo bien para impactar su día a día felino lo menos posible.
Los gatos son animales muy territoriales, y necesitan estar en su entorno, tener esa seguridad que les proporciona un sitio que conocen y que está impregnado con su propio olor. Los traslados, incluso al veterinario, les estresan mucho (bueno, este último tipo de viaje aún más...).
Con todo esto en mente, empecé a preparar el traslado unos días antes.

Puse un par de difusores de Feliway y los enchufé en la nueva casa el día antes de la mudanza.
Además, llevé varias de sus cosas: juguetes, una mantita que usa para dormir, los cojines que había estado llenando de pelos a lo largo de los meses, uno de sus areneros..., de modo que pudiera reconocer su propio olor en el nuevo entorno.
Puse su macro-rascador-castillo junto a una de las ventanas, para que además pudiera cotillear cuando llegara y pasar un rato agradable.

La mudanza ya se había hecho cuando llevé a Nala y todo estaba colocado y limpio, de modo que no tuviera que ver gente entrando y saliendo, y haciendo ruido.

Por supuesto, por mi parte, tenía un par de cosas que hacer: pedirme unos días libres, para no dejar a Nala sola en un sitio que no conocía y lo más importante, estar relajada. Una de las mejores cualidades de los gatos es que perciben enseguida nuestro estado de ánimo, y si nosotros estamos nerviosos, lo transmitiremos.

Y por fin llegó el día.  Puse Feliway en el coche y el transportín, y cogí a mi compi. 
¿Conseguí estar tranquila? Lo siento pero no, estaba muy nerviosa; Nala, aquí te falle, aunque luego lo compensé con una super cena de mini-estofado de pollo casero; una de esas cosas que una vegetariana sólo hace por sus gatos.

En el primer momento, la pobre estaba asustada, pero poco a poco fue explorando la casa y reconociendo sus cosas. No quise forzarla ni a jugar ni a explorar mucho, que siguiera su propio ritmo.
Al día siguiente, estaba algo mejor, y en una semana, estaba totalmente adaptada, aunque al volver a la oficina, tuve que dejarla sola y no me cuadraba.
Por mucho que yo jugara con ella al volver, no somos de la misma especie y era una cantidad considerable de horas.
Aún no conocía la sorpresa que le esperaba: al mes siguiente, Mojito entraba en nuestras vidas... 

Namaste 

Cristina

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